La importancia de la co-regulación emocional en niños y adultos
La auto-regulación tiene que ver con la capacidad de un organismo de regularse a si mismo, de gestionar los recursos disponibles para su desarrollo óptimo en determinadas condiciones. Como seres vivos, todos tenemos esa capacidad de dirigir nuestro propio crecimiento (regenerar tejidos, regular diversos mecanismos…), y no sólo en términos biológicos sino también en nuestro crecimiento intelectual, emocional y transpersonal.
Tanto en psicología como en educación, desde hace tiempo se reconoce que cualquier persona tiene la capacidad innata de auto-regular todo aquello que tenga que ver con sus necesidades: el descanso, la alimentación, el disfrute, incluso el aprendizaje. Esto supone que cada persona tienen la plena capacidad de decidir (no siempre de manera consciente) aquello que le va mejor en cada momento, pudiendo poner límites y dejándose guiar por esa habilidad innata que busca la supervivencia y el bienestar. Por tanto, se entiende que nacemos con la sabiduría suficiente para elegir en coherencia con nuestras necesidades y capacidades.
Entonces, ¿qué es la co-regulación emocional y por qué es necesaria?
Además de esta capacidad de auto-regulación, es necesario tener presente otro concepto que es la co-regulación, ya que ésta introduce un matiz importante en lo que respecta al lugar del adulto en esa capacidad de ajuste interno que llevamos de forma innata desde nuestra infancia. Ningún niño o niña es totalmente auto-suficiente ni puede serlo. Necesita de la influencia del adulto como figura de referencia, y a medida que ese niño o esa niña va creciendo y desarrollándose, también va a necesitar aprender y nutrirse de la relación con otras personas de cualquier edad.
Lo que la co-regulación aporta es la noción de que los organismos influimos los unos sobre los otros, sobretodo a nivel nervioso. El estado del sistema nervioso (simpático o parasimpático) de una persona influye en el estado de la otra con quien se relaciona. A todos nos ha pasado: cuando estamos con alguien agitado, después de un rato nos sentimos inquietos también; mientras que cuando estamos con alguien tranquilo, algo se relaja en nuestro interior. Entonces, cuando hablamos de auto-regulación, necesariamente tenemos que hablar también de co-regulación, ya que somos seres relacionales que nos basamos en la inter-dependencia constantemente.
Stephen Porges*, creador de la teoría polivagal, lo define con claridad: "el sistema nervioso autónomo es relacional, se va construyendo desde que nacemos a través de la interacción con el otro. Se va nutriendo de lo que va recibiendo en la comunicación con los otros sistemas nerviosos del entorno, señales de seguridad, de presencia, de ser visto y sentido, o señales de peligro, de estrés, de no ser visto."
Nuestro sistema necesita conectar y confiar en el otro para, según la información que recibe, ajustarse en consecuencia. Esto supone que nos podremos auto-regular siempre según la información que obtenemos del otro, de la relación; no existe una auto-regulación encerrada en si misma.
¿Qué aplicaciones tiene la co-regulación emocional?
En el caso de la educación infantil, esto implica que la manera en que el adulto se coloca en la relación con el niño influye absolutamente en cómo éste se desarrolla y se vincula consigo mismo y con los demás. A través de la comunicación que se establece entre ambos, se crea una capacidad de co-regular el estado fisiológico, emocional y de comportamiento del otro.
Cuando hay un adulto disponible, conectado y relajado, el niño se siente visto y tenido en cuenta, y eso co-regula su propio bienestar afectivo. Por el contrario, ante un adulto distante, tenso y emocionalmente no accesible, el niño se siente en estado de alarma y defensa, dificultando o paralizando su propio desarrollo. Si esto ocurre de forma continuada, el niño probablemente acabe desarrollando un sistema nervioso hiperactivado y reactivo que no le permitirá relajarse, sentirse seguro de sí mismo y confiar en los demás.
Esto es lo que Daniel Siegel** llama la neurobiología interpersonal: los procesos relacionales son fundamentales para el funcionamiento de la mente y del desarrollo del cerebro. "Ver la mente como un proceso relacional nos permite apreciar las interacciones de comunicación compartida (…) como aspectos esenciales del desarrollo de la mente en el tiempo y su funcionamiento en el momento presente". La mente, las relaciones y el cerebro son parte de una misma realidad, por lo tanto "cada uno de nosotros puede utilizar el poder de las relaciones para alimentar el buen desarrollo de los demás"**.
A través de este descubrimiento, se da explicación desde un punto de vista neurológico, a la repercusión que tenemos los adultos y la profundidad de nuestro propio trabajo personal (auto-regulación de nuestros propios pensamientos, comportamientos, emociones, creencias y bienestar) en el comportamiento, acciones, pensamientos y emociones de los niños que podamos acompañar como madres, padres, educadores, etc; además de la gran influencia que podemos tener también en nuestras relaciones con otros adultos o iguales.
No olvidemos que la co-regulación emocional muchas veces va acompañada de esa co-regulación física a nivel de sistema nervioso, por lo que poder abrazar, acariciar o besar a las personas por las que sentimos afecto desde un lugar de confianza y serenidad, puede aportar muchísima paz a ambas partes.
Es necesario recordar que cuando ponemos luz en nosotros mismos, en la conexión que establecemos con otras personas de nuestro entorno, en cómo nos comunicamos y relacionamos, estamos empujándonos mutuamente hacia un mayor bienestar y plenitud en nuestras vidas como seres humanos.
*Stepehn Porges – "La teoría Polivagal".
** Daniel Siegel – "Neurobiología interpersonal".
Artículo escrito por Lara Monclús